jueves, 16 de noviembre de 2017

Cuadernos XXVI


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Acabo de presentar, en la Feria del Libro, El diario inédito del Filósofo vienés Ludwig Wittgenstein. Es quizá el libro más raro, bello y original que pude leer durante el 2013. A su autor, Fredy Yezzed, lo conocí en  Bogotá hace diez años en un viejo bar de La Candelaria, y ya tenía el temperamento de un escritor de ruptura. Hablaba de sus proyectos con locuacidad pero a diferencia de (nosotros) sus contemporáneos se preservaba: entendía la obra como un asunto demasiado serio para dársela al entusiasmo generacional. Acá el resultado:

El homenaje que Yezzed hace al señor de los aforismos no se trata —como se cree a priori— de un libro wittgensteiniano, ni siquiera debe entenderse como una crítica a sus postulados. Los aforismos plasmados en este trabajo, no deben a Los cuadernos Azul y Marrón más que su máscara para despistar y al mismo tiempo conducir al verdadero sentido de estos textos. No es un libro de poemas sino de poesía pura, digo bien: en estado ideal y casi axiomático. Tampoco es un libro sobre filosofía sino de filosofía en su aparecer salvaje, vale decir: en la ebriedad poética. Inaccesible en otros niveles de lectura. Perderá su tiempo quien se dilate demasiado en clasificar la prosa de Yezzed, el verso oculto, el deslumbramiento del pensar. Se trata, como ya he dicho, de un libro que se impone por su materia extraña y su vocación por el asombro.
¿Por cierto no se lamentó cierta vez L.W. de no haber redactado su filosofía en verso?

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En literatura no termina de cumplirse el ciclo oscuro: el ocaso de la tradición. El ocaso del ocaso de la ruptura. El ocaso de todos los ocasos.
Es un oficio sin amanecer.

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Cambio de trabajo pero no de responsabilidades: éstas se mudan conmigo y se suman a otras. Siento traer en las cajas el peso de una responsabilidad que me supera. Me tomo todo en serio, me martirizo. Quiero asumir estas circunstancias con la jovialidad que merecen. Sí, jovialidad. Risa. Aventura pero estoy hecho vértigo y afán.

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Para Joyce la historia es una pesadilla. Según esto podríamos despertar un día. Sí, Joyce es un optimista.

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Ves en la ceniza el cuerpo de la nada y piensas en la inocencia de las cosas al verla mansa a merced del viento. Olvidas que esa ceniza devoró a la llama.

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Ser a la vez Mallarmé y Whitman: un solitario perfecto. Un fundador de comunidades. Un semejante al hombre y, al mismo tiempo, su amigo.

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Me propongo con Viraje un tratado del exilio pero desde el tránsito mismo. Quiero que hable la paradoja del movimiento, la traslación. No me interesa el sujeto que va sino el ir. La autocompasión dramatizada del personaje me importa poco.


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Tiene razón A.T. Todo esto no es si no una reafirmación de Kavafis. Ciertamente con el poema “Ciudad” queda cerrado el asunto. En cuanto a Viraje: estoy completamente influenciado por el  hallazgo de Gertrude Stein: su “Allá no hay ningún allá” es todo mi horizonte temático ahora.


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Memorias de París de Gertrude S. Los diarios de Pizarnik (una reedición reciente de Anna Becciú) y Viaje por el país de las máquinas de E. Bernardo Núñez. Esto es lo que estoy leyendo por ahora.

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No me interesa poner en la escena del poema el dolor. El dolor no es una idea. Me siento indigno de escribir mi sufrimiento: padecí hasta hoy los vulgares embates del día a día. Supongo que esta compulsión a la repetición de la que hablaba Freud hacia 1920, se manifiesta en mis gustos lectores. ¿Cómo se explica que Pizarnik, Primo Levi, Trakl, Celan y Jonker, despierten en mí un interés especial? No obstante el mío es un interés sin compasión. Yo veo en ellos, en su palabra, un vitalismo poderoso propio de los héroes y no de las víctimas.


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Casi convenzo a J.A.C.A. de volver a publicar sus libros desconocidos y casi ignorados por una Venezuela de finales de siglo vanidosa, apática y refractaria con los genios. Son: Hipomanía, La hendija y Cuaderno del Insomnio. No es fácil sacarlo de su escepticismo. Este afán se explica sólo: son verdaderos estruendos literarios. Siento, además, que si no salen esos libros el D.H. comete, involuntariamente, el crimen de la usurpación.


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Que Viraje sea una verdadera respuesta a los que hacen del exilio un negocio. A los escritores que barnizan su prosa de relativo interés con artificial suplicio. De los que abusan de la palabra país con nostalgia de turista y ardor esnob. Debo escribir para ellos claro, como una bofetada.


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Lo leí y lo releí. No estoy seguro de que me guste Auster. Tampoco Murakami. Admito que, en relación con los escritores de actualidad, estoy lleno de prejuicios. Yo, después de Ítalo Calvino, no sé si valga la pena leer a alguien de este tiempo, si de hecho exista una contemporaneidad literaria.

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De El diario de Pizarnik: “nadie puede vivir en estado de catástrofe”

Pero ella habría querido y de haber conquistado ese estado se habría sobrevivido. Su obsesión con la condesa Erzébet Báthory,, su avidez sexual, su fulgor en la palabra…Todo me confirma ese vitalismo salvaje.


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Juzgar la poesía. Puede sonar pretencioso pero a eso vinimos y quizá (lo escribo con la convicción de la experiencia), sea lo que urge a los actuales desafíos poéticos cuyos temas parecen estarse agotando entre la acción de interrumpir el discurso o el dar cuenta de su derrota ante los dispositivos que hoy la obligan a transar con las formas imperantes de una lengua cada vez más plana y resignada. El protocolo del destierro de la poesía ha cambiado desde Platón: si en la antigüedad se fustigaba el carácter imitativo del poema hoy es todo lo que se exige al poeta para su circulación. Imitar el mundo que es a su vez falsificación. La promesa de la masificación no se olvidó de nosotros y es por eso que establecer un juicio a 121 obras en busca de La Obra que contenga no sólo el temblor genésico del poema sino también la claridad de su movimiento en el mundo, supone tomar partido en el combate de y por la poesía. Me ha quedado claro algo esta semana de lectura: la poesía pasa por un momento confuso en sus propósitos radicales y sus inconsistencias también testimonian la decadencia de una razón, si es que a esta ideología de la supervivencia pudiera llamársele así.  Juzgar la poesía, me parece, pasa por pensarla en sus posibilidades aquí y ahora y esto no excluye la reconfiguración de sus combates, los postergados y los que deban crearse para que ella misma pueda existir. Ésta es, por lejos, la apuesta de Casa de las Américas.


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De los rasgos más perniciosos que entraña la derecha venezolana subrayo su incapacidad de sostener la política frente al conflicto. No hablamos de cualquier tara sino de una oscura debilidad que ha dado resultados trágicos para el país. El período de violencia de 1960/70, por ejemplo, nos habla de una subjetividad que ante el dilema de dialogar con el adversario o hacerle la guerra, no duda en tomar esta última opción. El camino de la política habría sido el más dilatado y sinuoso, ciertamente, pero su tránsito no sólo ahorraba al país mucho dolor, también hubiera cultivado una experiencia sobre las posibilidades de una realización colectiva. Masacres como Yumare, Cantaura, El Amparo o Tazón; perpetradas contra la población civil, se dieron bajo la plena hegemonía de la derecha, es decir, mucho tiempo después de borrar a sangre y fuego los focos guerrilleros. La salida bélica hace parte de la doctrina moral y legal de la derecha, justificada en el mito de los consensos imperativos contra el problema de la diferencia.

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Volvía a ver Dog Ville. Una obra maestra de nuestro tiempo.

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Estuve en el Funeral de H.M. Todo se parecía a su temperamento. Todo silencioso, todo sumamente discreto. La presencia de J.B. lo hace sentir aún más consigo mismo. Es el único escritor que ha venido. Ni una señal de los demás ni de las editoriales: como si en verdad nadie supiera que en breve el último gran narrador de este país iba a ser ceniza para siempre. Tengo rabia. Me mantengo distante para no incomodar. Sólo pienso en el libro que prometí publicar. Que casi obligué a que me entregara. Pienso en la última carta que me envió y que no supe responder. Me voy sin mediar palabra con la muerte.


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Este artículo que transcribo al D.H. debió salir en Letras CCs. Sin embargo sólo vio la luz en su edición virtual. No me siento cómodo con esa fantasmal publicación. Después de todo, se trata de una serie de ideas que me acompañan donde quiera que voy. Juan Liscano me parece hoy más cercano que cualquier otro intelectual de izquierda. Me alude esa angustia de país. Si tienen estos cuadernos la suerte de imprimirse vaya mi homenaje en esta versión sucia del artículo.


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CENTENARIO DE JUAN LISCANO

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Este año coincidieron 2 centenarios que aluden tanto al campo de las letras y las artes como al pensamiento profundo de la venezolanidad. Nuestros autores inscribieron en su batalla por la belleza la pregunta por el nosotros y ese temblor persiste en la raíz nacional. La suma de estos elementos impone celebrar las fechas bajo la estricta fidelidad con la que ellos abrazaron la creación y asumieron, cada uno a su manera, la ruptura ante un consenso cultural estrecho y peligrosamente homogéneo. Hablamos de César Rengifo y Juan Liscano: dos temperamentos, dos ideologías, dos despliegues disimiles que hicieron de la misma búsqueda un país más ancho y de la palabra identidad mil formas de develarla. Comunista el primero y liberal —aunque crítico de su clase al final de su vida— el segundo, ambos amaron el país cuando la norma era el desprecio; tales riesgos merecen una relectura infinita. De Rengifo hablamos con anterioridad suscribiendo todos los reconocimientos que se le han hecho y convocando nuevas interpretaciones para una obra apenas explorada. Con Liscano no podría ser distinto. La próxima Feria del Libro de Ccs, va a ser el escenario para desentrañar la decisión estética, la vocación política y el procedimiento que los singulariza y enfrenta como individuos y de los encuentros que, como sujetos, involuntariamente, les dispensan ciertas verdades artísticas.

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Digámoslo de una vez: no es a pesar de las diferencias políticas con Liscano que proponemos visitarlo, sino en una franca reivindicación de éstas como signos de un país paradójico que, sometido a una despersonalización extrema, acumuló las condiciones para que los verdaderos intelectuales aún en contra de su propio interés de clase —este es el caso— se rebelaran a una muerte colectiva. Hijo único, educado a la usanza de las oligarquías para administrar el capital de los Liscano-Velutini; el afortunado joven que pasó la mitad de su vida en Europa devino poeta, no abogado y lo que es más extraño aún: uno que emprende un viaje hacia los orígenes patrios —digo bien— hacia la tierra, los pueblos y la cosmovisión “salvaje”. Liscano no se propone la conquista de un tema literario su viaje hacia esa identidad ignorada lo confrontó con el consenso que ocultaba nuestro compleja venezolanidad. Sostiene que “la identidad nacional no se debe buscar en enumeraciones sino que ella es el sentimiento de lo que se ha perdido y de lo que no ha sido”. El poeta busca lo otro. En 1948 para la toma de posesión de Gallegos organiza la “Fiesta de la tradición”. Avanzadas como están hoy las metodologías de la interculturalidad este evento podría juzgarse como un culto folclórico insuficiente pero nadie puede negarle su carácter inaugural en tanto que visibilización de lo múltiple venezolano ante un canon cerrado a la diferencia. Liscano además de valorar la etnomúsica nacional  junto a L.F. Ramón y Rivera, F. Reina, entre otros; hizo suya la espiritualidad de las comunidades indígenas y negras, convirtiendo en inteligible lo hasta entonces velado. El poeta habita su innombrable.

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Con Nuevo mundo Orinoco (1959) se hace fiel a la década fundada por el tono épico del Canto General nerudiano, al que ni el propio Paz escaparía (Piedra de Sol, por ejemplo); comete su más riesgosa alteridad: vive el mito, la historia y la afirmación de una subjetividad en conflicto, provocando así una crisis al corpus simbólico de los últimos mantuanos. Pero al calor de las revoluciones políticas, características también de la década, nuestro autor es un enemigo acérrimo: dirige el pensamiento anticomunista desde la institucionalidad cultural —de la que se hizo dueño— y hace propaganda contra el supuesto totalitarismo que entrañan las izquierdas. En franca sintonía con Hannah Arendt, será un propulsor ubérrimo del antiestalinismo y, como a ella, se le escapan las perversiones de la democracia liberal. En realidad fue la izquierda posterior al mayo del 68 quien denunció las desviaciones del Estado soviético, de tal manera que esto no sería un obstáculo infranqueable. Admito que no me hubiera entusiasmado hace quince años de la misma manera que hoy el Liscano interventor pero, a cierta edad y, ante los poetas extraordinarios uno vence los prejuicios y se deja ganar por ese misterioso litigante y nunca explícito nosotros.



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Orden interno de Viraje: decir lo que piensa el traslado. Orden externo: ver la traslación.

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Ya se fue a imprenta "Una colina de hojas que respira". Siento haberle cumplido a Humberto Mata y a la vez siento haberlo abandonado. Éste será el último libro que haga en FUNDARTE, eso me da cierta ilusión. Repaso el arte final. Me detengo en El otro delta. Qué gran voz y que dominio del decir. Sin Ramón Palomares y sin HumbertoMe siento cada vez más solo como lector.

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